"En Pos del Fuego Primordial"

Ser o no ser

lunes, 13 de julio de 2009

Cuando William Shakespeare, el gran literato inglés, acuñó la locución que ha hecho famoso al "Rey Lear" y lo ha inmortalizado a él mismo, no pudo imaginar para cuán diversas clases de cosas y casos serviría andando el tiempo.

La expresión fue parte de las deliberaciones de un príncipe indeciso, quien encarnando el poder político no se decidía a acometer el desafío de regular y gobernar la existencia de su nación cuando era incapaz de hacer lo propio con su propia vida, atenazado como estaba por sentimientos contradictorios respecto de su padre, el Rey muerto.

La supuesta similitud entre las fuerzas de la tradición y la del destino riñen con la libertad (individual y colectiva) como ejercicio capaz de abrir posibilidades y desenlaces distintos en el devenir de la historia y de nuestras biografías.

El mismo carácter tendría para los ciudadanos, en una circunscripción territorial y política, el peso y la gravedad compulsiva de la ley, de la que -hipotéticamente- ningún individuo podría escapar, incluso el Rey, primer obligado a cumplirla y hacerla cumplir.

Es evidente que cada contexto cultural modifica, más o menos, la impronta universal e inapelable de la ley sobre los gobernados y sobre los gobernantes. Todos entendemos sin sorprendernos, pero no por eso con menos indignación, que Perú no es Inglaterra y que, quien hace las veces de Rey, no se parece en nada a Juan Sin Tierra, al mítico Rey Arturo o al dramático Rey Lear.

Entre nosotros, como los gobernantes le hacen ascos a ley, poblándola intencionalmente de vacíos o sumergiéndola en laberintos indescifrables o puenteándola con toda clase de tinterilladas, ocurren casos de ripley, como que los docentes de las universidades públicas hayan esperado 25 años para que empiece a ejecutarse el mandato de homologarlos con el haber básico de sus homólogos del poder judicial, o de que el Poder Ejecutivo presente una acción de inconstitucionalidad contra la resolución del Tribunal de Garantías Constitucionales para no terminar de cumplir con el 30% faltante, que nos birlan desde hace dos años más.
Este drama político marginal, al más puro estilo bravucón y abusivo, es igual que robarle el monedero a un jubilado en la ventanilla del Banco de la Nación -los catedráticos así lo sentimos-. Después de ver a Alan García, jefe supremo del consejo de ministros, pasar piola, respecto del asesinato de un número indeterminado de los ciudadanos "de no primera categoría, amazónicos o serranos, que él dice presidir, y de ver a Rómulo León pasar por debajo de la vigilia ciudadana, aprovechando los escándalos chicha, uno tiene la sensación de que la ley no pesa, que las palabras se las lleva el viento y de que quienes nos gobiernan no tienen sangre en la cara.

¿Será que no habrá otra forma de obligar al Estado, al gobierno y al régimen a cumplir la ley más que blandiendo la amenaza de una futura huelga docente? Ser o no ser, he ahí el dilema.

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