"En Pos del Fuego Primordial"

En la Democracia los extremos se tocan

sábado, 29 de abril de 2006


O de por qué la contienda entre individualismo y nacionalismo es aparente.

Independientemente de que seamos conscientes o no, y de que queramos o no, lo que hacemos y dejamos de hacer tiene un carácter político e histórico concreto, e incluso las ideas y las palabras, antesalas de la acción, se engarzan cambiando al mundo de un modo definitivo.

Del mismo modo, en virtud de las relaciones que sostienen, los individuos se agrupan entre sí. No existe el individuo desencarnado y descontextuado, anterior a la polis. Al revés, a partir de tomar conciencia del conflicto comunitario se hacen conscientes de sus intereses grupales y personales.

Entonces, lo que les iguala con sus símiles, se les patentiza como diferencias con otros. Los ciudadanos aparecen lentamente en medio de la comunidad, como ésta entre las demás. Lo contrario es la neurosis de la modernidad, conciencia del mesianismo y de la soledad.

La polis nace cuando las diferencias sociales se hacen antagónicas y el orden jerárquico, cuando la representatividad se hace indirecta y entonces política, y cuando la inmediatez del concejo tribal queda desterrada para siempre a favor del centro lejano de una aldea patrimonialmente más fuerte.

La Democracia fue desde Grecia el discurso de la chusma contra los patricios fundantes, discurso emergente pugnando por decidir. En lugar de la élite que sanciona costumbres como normas sacrosantas, el ágora que determina por leyes coercitivas las ventajas del estatus social más alto.

El Estado nunca fue el instrumento para eliminar normativa y materialmente las diferencias de las que derivan los conflictos por el monopolio sobre la propiedad, el don ejecutivo y la fuerza pública. Más bien, nació para institucionalizarlas y legitimarlas como algo justo, necesario y progresivo.

Tal hecho -palmario a la luz de la historia del Derecho Romano- subvierte el fundamento individualista, a favor del cual se pronuncian iusnaturalismo y liberalismo, para ganar, por la idea de una dignidad compartida, derechos que sólo más tarde fueron posibles por la revolución y el exceso.